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January 23, 2016

No todas las relaciones están destinadas a amar: Encontrando simplicidad en la conexión.

Flickr/Fe Ilya

Me quedé parada allí un momento y cerré mis ojos fuertemente. Sentí como si hubiese un millón de millas entre nosotros pero aun así no podía evitar sentir su respiración sobre mi piel.

Era como si nos necesitáramos el uno al otro, en ese momento, para llenar nuestros pulmones de oxígeno y poder respirar, era como si nos necesitáramos para poder sobrevivir.

Me dijo que extendiera mis manos y, sin pensarlo, coloque mis manos con las palmas hacia afuera—como si le estuviese probando que estaba dispuesta a aceptar. Estire mis dedos lo más que pude lista para coger cualquier cosa que él quisiera compartir. Tomó mis manos y las apretó fuertemente, doblando sus dedos por encima, por debajo, y por encima de nuevo hasta que no se distinguiese a quién pertenecían los dedos índices, pulgares y meñiques. Un caos de dedos rojos entrelazados de cuando los empezamos a apretar, causando que la sangre corriera a la superficie de nuestra piel.

Abrí mis ojos para observar hacia abajo un momento, y reí por la ironía de lo que esto representaba—dos personas con tanto amor el uno para el otro, demasiado amor, ese tipo de amor que cruza las líneas del amor hacia otra ámbito el cual los terapistas se refieren a él clínicamente como un enredo.

Necesitábamos encontrar de dónde se originaron una vez nuestros dedos de nuestras manos, necesitábamos encontrar de qué parte el él y el yo ya no se enredaban, necesitábamos reconocer que ya no funcionábamos juntos, y que por la mayor parte, ninguno de nosotros lo quería en realidad.

Primero, teníamos que aprender a relajar nuestra sujeción.

El relajo de nuestras manos entrelazadas fue la primera vez en que reconocí cuanto tiempo había pasado desde que había perdido el sentido de mi propia identidad.

Lo amaba, estaba orgullosa de él, juntos habíamos creado una vida, formando fuertes lazos de amor atados por correas para perros, las cuales habían envejecido con nuestras caminatas a través de las estaciones. Aun así, sabía que eso no era suficiente para mantenernos juntos, sabía que yo ya no quería amarlo.

Se había desarrollado un problema más grande entre la superficie de nuestros dedos rojos. Un problema que estaba profundamente enterrado entre el centro de esas dos manos, esas manos que envolvían una a la otra en amor y dolor, fuerza y belleza, el poder de la emoción que conecta a dos personas.

Había olvidado lo que significaba estar sola. Realmente, verdaderamente, físicamente y emocionalmente sola. Había olvidado lo que significaba estar bien estando sola.

Tenía que dejar ir ese relajo de dedos, esa necesidad de la respiración del otro que me ayudaba a sobrellevar el día. Solamente tenía que aprender a encontrarme a mí misma nuevamente.

Dejé que mi cuerpo se derritiera como una pistola de soldar en mi espina dorsal, derritiéndome mientras el calor formaba vapor en contra del pavimento frío y mientras yo me desplomaba en un bola una tarde de otoño. En ese momento me prometí a mí misma nunca volver a amar de esa manera. Admití que me había perdido por completo en el amor—me perdí por amar a otro hombre, por amar a otra familia y a veces reconocer que esto estaba bien.

Encontré belleza en el amor que compartimos, y entusiasmo porque ya era tiempo de seguir adelante. Encontré confianza cuando él conoció a alguien nuevo para caminar juntos a través de su vida y gratitud que ella amara a mis perros tanto como yo siempre lo había pedido.

Encontré desinterés en dejar ir.

Estaba acostumbrada a relaciones serias, el tipo de relaciones que son compromisos completamente emocionales, mentales, y físicos y mientras yo disfrutaba de la monogamia, nunca creí en realidad que los humanos son creaturas naturalmente monógamas, pero encontramos seguridad y confianza al comprometernos con otra persona.

A través de los años funcioné al revés, como si todas las comedias románticas se hayan resuelto frente a mis ojos. Aprendí a amar sin amar, y encontré felicidad cuando individuos de mis relaciones pasadas encontraron felicidad con otros de maneras en que jamás la hubiese podido dar. Aprendía a aceptar y a sentirme llena por las enormes y distintas conexiones que establecí con otras personas, no importa que tan simple, cortas, o serias hayan sido estas. No importa que tan románticas, platónicas o breves hayan sido esas relaciones.

Funcioné al contrario de la monogamia y el compromiso, como si finalmente hubiese aprendido a dar los primeros pasos mientras que varios amigos corrían para terminar la carrera. Descubrí que aprendí a ser egoísta, y altruista al dejar ir. Encontré espacio para las necesidades propias, y di espacio a otros para buscar y satisfacerse ellos mismo. Tomé mi propio consejo, el cual había compartido muchas veces con amigos—“No toda relación está destinada a amar”—y lo creí porque en realidad había empezado a vivirlo.

Una habilidad subyacente de desear amor, dar amor, vivir un amor simple, juguetón y empapado de oxitocina sin ser enredado dentro de la monogamia pero en cambio el libertad de experimentar la simplicidad.

Encontré simplicidad en la vida, en el balance al amar a otros, en la determinación de continuar amándome a mí misma.

Encontré simplicidad en estar sola.

Me recordaba eso un día, ojalá encontremos simplicidad en el amor.

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Link del artículo oríginal:

Not all Relationships are Meant for Love: Finding Simplicity in Connection.

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Autora del artículo: Anna Polovin

Traductora: María José Barillas García

Editoras: Katarina Tavcar (Inglés) / Yoli Ramazzina (Español)

Foto: Flickr/Fe Ilya

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